Forever Changes

Desde los albores de la humanidad, los primeros signos primaverales eran recibidos cada año con festines, hogueras, buenos augurios, y celebraciones purificadoras en la mayoría de las culturas. El poder mágico del ciclo de la vida es especialmente visible en esta estación que se abre preciosa como una flor tras el paso del invierno. Dentro de la cultura indoeuropea, celtas, griegos y romanos dedicaron a esta época fructífera sus dioses más hermosos. Fueron estos pueblos quienes intentaron explicar a través del mito de Perséfone o Proserpina cómo cada año la tierra se llena por unos meses de luz, calor y plena vida antes de sumirse de nuevo en gélidas estaciones, en un continuum aparentemente infinito, por capricho del dios Hades. 

En el antiguo Japón, la colección más antigua de poemas que existe, el Manyoshu, dedica parte de su miríada de hojas a venerar este primer estío antesala del verano. Para el pueblo nipón, y así deja constancia su primera literatura, los espíritus de la naturaleza, los kamis, se manifiestan en cada explosión vital por pequeña que sea, pues cada una forma parte de una enorme maravilla que nunca debe dejar de contemplarse y adorarse. Así lo ilustra uno de los haikus primitivos contenidos en esta obra:

  koseyama no                Sobre el monte Kose,
  turatura tubaki                líneas de camelias,
  turatura ni                       ansiosas,
  mitutu sinopana              nos miran y recordamos
  kose no paruno wo         las praderas del monte en primavera.

Un milenio tras la conclusión del Manyoshu, Mozart componía Die Zauberflöte en la primavera de 1791. Considerada también una obra maestra dentro de su género, ¿podría ser esta ópera una consagración masónica de la primavera? Arias de personajes simbólicos como la Reina de la Noche que acaba derrotada para que pueda triunfar el amor entre dos jóvenes (¿el invierno dando paso a la primavera?), un famosísimo dueto de aves que se cortejan… Como en los poemas japoneses, todo un despliegue simbólico se abre paso para ilustrar el devenir vital.

En esa misma época y año, veían la luz los Frühlingslieder, literalmente ‘canciones de primavera’ y tradición folklórica dentro de la cultura germánica, con canciones de Mozart y otros compositores. Uno de estos músicos, Henneberg, tomó prestadas unas notas que también aparecían en uno de los cantos de La flauta mágica. El guiño entre colegas quedaba así reflejado en ambas obras primaverales. 

A principios del XX, también en su treintena, Stravinski debutaba en el teatro de los Campos Elíseos (en plena primavera, como no podía ser de otro modo) su Le Sacre du printemps: tableaux de la Russie païenne. Fue uno de los primeros estrenos de música modernista y por tanto estuvo rodeado a partes iguales por el escándalo y el asombro. La obra volvía la vista a los orígenes paganos de exaltación y sacrificio en épocas de florecimiento y estío. 

Las modas, como los ciclos de la vida, se suceden unas a otras, haciéndose eco cada cierto tiempo, y lo moderno bebe de lo antiguo, como la vida surge de las cenizas.

Las revoluciones, germen de nuevas etapas y por tanto gestoras de nueva vida, han marcado el inicio de los cambios más importantes en nuestra historia. Una de estas primaveras tuvo lugar en Mayo del 68. Miles de franceses, influidos por el contexto político social de la década, iniciaron una serie de protestas junto a estudiantes, partidos de izquierda y sindicatos que resultaron en la mayor huelga general vivida en Europa, y provocaron la derrota de De Gaulle y el conservadurismo, avanzando hacia un nuevo modelo social de cambio. El arte era un importante espejo bidireccional en estas revoluciones, y dentro de éste, la música volvía a inspirar en gran medida el sentir popular del viejo y nuevo continente. Revolucionarios también de la época, los Beatles aludían a esta cambiante estación en su preciosista Rain, incluida como cara B de un single de 1966, y compuesta por John Lennon:

That when it rains and shines
It’s just a state of mind

(Que llueva o brille el sol, sólo está en tu cabeza…)

Bienvenida siempre, primavera.

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